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¿Truco o trato?

Actualizado: 18 mar 2022

Deer Park, Texas, 1974. Un grupo de niños recorría las calles del barrio tocando las puertas de los vecinos como parte de la costumbre de Halloween.

El grupo iba acompañado por Ronald Clark O'Bryan junto con sus hijos Timothy, de ocho años, y Elizabeth, de cinco y su vecino Jim Bates junto con su hijo.


Cuando llegaron a una casa que tenía todas las luces apagadas, los niños tocaron a la puerta igualmente emocionados por recibir caramelos. Nadie respondió así que decidieron probar suerte con otra casa. O'Bryan se quedó solo pero, al cabo de un rato, se unió al grupo llevando unas barras de caramelo. Parecía ser que, finalmente, sí que había alguien en la casa.


Llevaba una barra para cada niño del grupo y así las repartió. Al llegar a casa, Timothy recibió permiso para comerse una de las chuches que había recogido. Eligió un Pixy Stix, la barra de caramelo que había conseguido su padre.

El niño notó el caramelo demasiado ácido pero su padre lo mitigó dándole un refresco.

Al cabo de una hora, Timothy O'Bryan murió.


El fiscal del condado de Harris, Mike Hinton, se encargó del caso en cuanto supo lo ocurrido aquella misma noche. Éste contactó de inmediato con el jefe de forenses del condado, que lo primero que preguntó fue a qué olía el aliento del niño.

Enseguida supo que el niño había sido envenenado con cianuro pues su aliento olía a almendras.


La autopsia lo corroboró: el niño había sido envenenado con una cantidad de cianuro suficiente para matar a dos personas. Otras pruebas dejaron claro que los 5 primeros centímetros de caramelo habían sido impregnados con ese veneno.


La policía consiguió requisar el resto de las barras de caramelo envenenadas antes de que ningún otro niño pudiera resultar afectado. Las grapas que se habían usado para volver a cerrar el envoltorio tras haber puesto el cianuro, impidieron que un niño, sin fuerza suficiente para quitarlas, se intoxicase.


Como parte de la investigación, la policía pidió a O'Bryan que les indicase en qué casa había cogido los caramelos pero él, aún conmocionado por la muerte de su hijo, no fue capaz de resolver ninguna de sus preguntas pues no recordaba nada claro. Los investigadores comenzaron a sospechar.



De nuevo, los policías volvieron a llevar al padre al lugar de los hechos haciendo un interrogatorio duro y contundente para que no tuviera problemas en recordar nada. Esta vez, O'Bryan parecía seguro de cuál era la casa y así lo indicó.



Cuando los detectives contactaron con el hombre que allí vivía, lo arrestaron cerrando el caso. O eso pensaban, porque aquel hombre tenía una coartada fiable, estaba trabajando y sus compañeros así lo corroboraron.



Un tiempo después y con el caso de los caramelos envenenados algo parado, los investigadores habían descubierto que O'Bryan había contratado unas pólizas de seguro para sus dos hijos por el valor de 10.000$ y que, apenas un mes antes, había doblado esa cantidad.

Por otro lado, O'Bryan tenía deudas que ascendían a los 100.000$ y, cuando se enteraron de que a las 9 de la mañana del día siguiente a la muerte de Timothy, había llamado a la aseguradora para cobrar la indemnización, ya no había dudas de su implicación.


En su casa encontraron residuos del plástico de los Pixy Stix. Le arrestaron y le llevaron a comisaría para interrogarle.



Mientras avanzaba la investigación, las pruebas contra O'Bryan se hacían más sólidas.

Había preguntado en su universidad si el cianuro era más letal que otros tipos de veneno. Un testigo de una tienda de químicos afirmó que un hombre parecido a O'Bryan había ido a comprar cianuro pero se fue al saber que no podía comprar más de 2'5Kg.


Entre pruebas que indicaban que él había sido el causante de su hijo y casi la de otros niños, llegó el momento del juicio.


Por supuesto, O'Bryan se declaró inocente y sus abogados sostuvieron que otra persona había envenenado los caramelos que casualmente habían ido a parar a ese grupo.

Por otro lado, amigos y familiares testificaron contra O'Bryan a quien ya llamaban "Candy Man".



Así, tras 45 minutos de deliberación, el 3 de junio de 1975, un jurado popular declaró a Ronald Clark O'Bryan culpable de asesinato y de tentativa de homicidio a cuatro niños más. La sentencia: condena a muerte en la silla eléctrica.


Durante 10 años, O'Bryan estuvo presentando recursos pero todos ellos fueron desestimados.


El 31 de marzo de 1984, fue ejecutado por inyección letal mientras cientos de personas esperaban a las puertas de la penitenciaría gritando "Truco o trato" y lanzando caramelos a un grupo de manifestantes contra la pena de muerte.


No ha vuelto a morir ningún niño envenenado durante la noche de Halloween, pero ¿no es cierto que es mucho más fácil matar o morir en una noche en la que todos nos ocultamos tras una máscara?


¡Espero que os haya gustado!



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